1.9.07

El bosque está callado con la tarde de noviembre, crepita levemente, huele a humedad y frío, maravillosamente. La laguna negra, ovalada, está a la izquierda. No hay camino que guíe hasta ella. Se pierde entre los árboles, y sin embargo siempre es fácil de encontrar. Parece un imán cargado en medio del bosque, de los inmensos árboles añosos, profundos. Todos los descensos te van llevando hasta ella. No es demasiado grande en superficie, pero no tiene fondo. Apenas a un metro y medio de la orilla ya pierdes pie. El agua es extrañamente oscura y clara al mismo tiempo, nunca está fría. Pareciera contactar con el centro de la tierra. Puedo sentir el tacto de las piedras, de la tierra y de las plantas en los pies descalzos. El bosque es tan mío como yo soy del bosque, puedo recorrerlo a la carrera, saltando obstáculos, conociendo por instinto los caminos invisibles que nunca había recorrido. En torno a la laguna hay silencio. Una marea suave. Una invitación sinuosa. No hace falta desnudarse, la piel está curtida, no hace falta estar desprotegido. Aquí ese adjetivo carece de significado. El agua envuelve el pie como un abrazo, meto las piernas disfrutando del contacto del agua, como limpia, como va arrastrando todo el cansancio. Se renace en el agua oscura, acogedora de la laguna. Se puede flotar horas mirando al techo estrellado, al cielo cambiante desde la tibieza de la laguna. Se puede dormir suspendido en medio de la laguna, dentro, flotando. Se puede descansar, se pueden curar las heridas. Se alimenta a su contacto el alma hambrienta.

1 comentario:

Misántropo dijo...

Tú lo has dicho: "Aquí ese adjetivo carece de significado".

Ni qué decir del adverbio; nadadora.

Glups.