25.9.07

mecanismos

Bajo la cúpula de la biblioteca de George IV Bridge, apenas se oyen el susurro de las páginas al pasar, las teclas de los ordenadores, los pasos del bibliotecario (joven, camiseta negra ajustada sobre un torso esbelto). Apenas una veintena diversa de personas en las mesas de madera antigua, patas torneadas, a conjunto con la belleza de los altos ventanales del XIX, de las arquerías con estanterías de roble oscuro con escaleras y pasillos laberínticos. Enfrente mía, un caballero de pelo blanco pose su maletín de piel cuidadosamente sobre la mesa. Manipula con los dedos la clave numérica del cierre. Yo sigo escribiendo. Cuando vuelvo a levantar la cabeza, el caballero aún manipula las ruedecitas. Veo como una mano que imagino levemente temblorosa cambia la última rueda número a número, y comprueba el cierre con la uña cada vez. El cierre no cede, el caballero continúa buscando el código. Han pasado cuatro minutos. Me pregunto si ha olvidado la contraseña, si sentirá esa fragilidad de haber olvidado de pronto algo que debería estar fijo en su mente, si se sentirá robado, estafado, cuando ha ido a buscar un dato imprescindible y ha descubierto que no hay nada allí, que no lo recuerda, que ha de probar las combinaciones una a una, cerciorarse cada vez tirando del cierre con la uña para ver si el azar da lo que no ha otorgado la memoria. O tal vez se haya estropeado el cierre, o la última rueda, esa que gira incansablemente, haya saltado, cambiando su posición original. Me dan ganas de levantarme a ayudarle, sentarme con él y juntos manipular el cierre rebelde, darle una lección a la memoria cruel, encontrar la solución para restregársela por la cara a ese olvido impertinente, ya han pasado siete minutos, y de pronto el hombre tiene el maletín abierto sobre la mesa y ha sacado un lápiz. Desde donde estoy sentada no puedo más que vislumbrar la cubierta de un libro azul y amarillo. Folios en blancos ordenados en el bolsillo superior del maletin, un bolígrafo alineado en su funda. La curiosidad me vence. Al pasar junto a su mesa, como al descuido, puedo leer las letras amarillas del libro. Diccionario de Aleman. Al lado descansa otro libro sobre alemania. A la vuelta, con cualquier catálogo de excusa, veo como el lápiz minucioso del caballero está trazando números en el sudoku del Daily News de hoy.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Las bibliotecas son lugares mágicos. Decenas de almas cruzan sus caminos y esperan juntos, sentados al lado de la cuneta.
Desde esa perspectiva todo es dierente.

Misántropo dijo...

Y entre uno y otros...las polillas.

¿No sabrás de algún sodoku lunfardo?

Recibo agradecido tus abrazos desde, acá.

Y te beso.